viernes, 2 de septiembre de 2011

Memorias de Ultratumba Tomo I

François René Chateaubriand 


Lo peor que nos puede ocurrir es no encontrar nuestro lugar, sentirse dépaysé, como un extranjero. A François René de Chateaubriand le ocurrió por partida doble; hijo de una época se vio envuelto en un mundo que periclitaba y estaba condenado a desaparecer y cuando su tiempo hubo acabado, entonces se dio cuenta de que había vivido demasiado, y nada ni nadie de lo que le importaba existía ya.

Cuando se franquea la entrada de la muralla de Saint-Malo se accede al bullicio y la algarabía mundana de los restaurantes, las tiendas de recuerdos y los artistas callejeros. A la derecha de la puerta se encuentra el hotel France et Chateaubriand y prácticamente al lado, en una modesta casa de cuatro alturas, una placa situada a un par de metros del suelo señala el lugar de nacimiento del hijo predilecto de la ciudad: François René de Chateaubriand.
Este contraste entre el bullicio más mundano y la modesta y discreta casa en una calle poco transitada, es la constante que marcará la vida de Chateaubriand; En su larga vida conocerá la pobreza y casi la miseria pero también la opulencia y el lujo. Disfrutará del poder y las influencias, pero también se verá obligado a emigrar, a exiliarse y a vivir de la caridad de quien le quiso dar alojamiento.

Saint-Malo
Las memorias de Ultratumba recorren el final del siglo XVIII y llegan hasta mediados del XIX y relatan el final de un mundo que deja de existir, el de la nobleza y el antiguo régimen y la llegada de un mundo nuevo en el que, como siempre, las cosas cambian para que todo siga igual. Publicadas en vida del autor, pese a que el quiso que se publicaran póstumamente, de ahí el título de ultratumba, no ha sido hasta el siglo XX cuando se ha podido acceder al texto en las condiciones en las que el autor quiso que se publicara. Originalmente apareció por entregas, con cortes en el texto que lo desvirtuaron y sólo gracias a la edición de Jean-Claude Berchet ha sido posible reintegrar lo expurgado y dar forma al texto como fue concebido por su autor.
El lector que se adentre en las Memorias del padre del romanticismo francés, disfrutará de un fresco histórico rico en detalles y lo más importante, magníficamente escrito, con una prosa elegante y a la vez ligera que lleva sola al lector y le absorbe. Consciente de su elegancia Chateaubriand se permite unos finales de capítulo en los que demuestra su brillantez con una frase lapidaria o un latigazo a sus enemigos. Porque alguien como Chateaubriand los tuvo, quizá involuntarios por haber nacido en una clase social con conciencia de clase y que veía como sus privilegios desaparecían, lo que el autor no deja de denunciar. Acostumbrados como estamos a ver la historia de Francia y la de la Revolución como una lucha contra la opresión y una demanda de libertades, las memorias de ultratumba nos dejarán ver el otro lado, la persecución de los nobles y su exilio en Inglaterra o América.
El primer tomo comienza con el relato de sus orígenes familiares, y como su padre, el tercer hijo de un noble venido a menos, vuelve a hacer fortuna en América y llega a comprar el castillo de Combourg. Relata a continuación las difíciles condiciones de su nacimiento y ya desde ese momento Chateaubriand deja claro el alto concepto que tiene de sí mismo, y que aparece en el texto en repetidas ocasiones, al preguntarse qué hubiera perdido el mundo si hubiera fallecido en ese momento y la posteridad hubiera perdido para siempre la posibilidad de su obra; Chateaubriand es siempre consciente de la perdurabilidad de su contribución a la literatura. A continuación vienen unas bellísimas páginas en las que narra su infancia y adolescencia entre el castillo y el colegio en Dinan, sus correrías con otros chiquillos en Saint-Malo y como poco a poco su indecisión le lleva hacia el ejército. En ellas aparecen todos los tópicos e imágenes del romanticismo (la exaltación ante la naturaleza agreste, las tormentas, la idea del suicidio, el amor idealizado). Se desplaza a París, donde lleva la vida de un segundón de la nobleza al que la ciudad le viene grande por ser un chico tímido y asustadizo, que se ve sobrecogido cuando su hermano le presenta en el palacio de Versailles al mismísimo rey Louis XVI.

Castillo de Combourg
El escenario de la acción se ensombrece y cobra tintes dramáticos cuando llega la Revolución. Los acontecimientos le atropellan junto a toda su familia que es encarcelada de lo que él se libra emigrando a América. Intenta engañarse a sí mismo buscando una finalidad a su viaje que es evidentemente una huída y declara su intención de descubrir una nueva ruta hacia el norte. Pero como queda claro tras su entrevista con el mismísimo Georges Washington, esa pretensión no es más que una quimera. Nuevamente la naturaleza salvaje que descubre durante su viaje hace brillar su prosa mediante la que describe extasiado la ingobernable fuerza de las cataratas del Niágara. La situación dramática en la que se encuentra su familia hace que regrese a Francia y se aliste en la milicia monárquica que pretende salvar al rey. Tras la derrota vuelve a exiliarse a Inglaterra donde recibe la noticia de la ejecución en la guillotina de su hermano y cuñada, así como la del rey. Durante su exilio también le llega la noticia de la muerte de su madre que le impulsa a escribir la obra que le dio fama en su momento El genio del Cristianismo y al final del primer tomo se dan las condiciones para poder regresar a Francia. Evidentemente la historia no termina aquí, consta de otros tres tomos que comentaré en entradas sucesivas.
Para poder leer a Chateaubriand os recomiendo dos posibles ediciones:
En francés la realizada por Jean-Claude Berchet para Le livre de Poche y en español la excelente traducción de José Ramón Monreal para la editorial Acantilado, que sigue el texto establecido por Berchet en la francesa y está precedida de una presentación de Marc Fumaroli.

En las las dos últimas páginas del libro veinticuatro de las Memorias de ultratumba Chateaubriand escribe lo siguiente:
“Al final de cada gran época se oye una voz doliente que se lamenta por el pasado, y que toca el toque de queda: Así gimieron los que vieron desaparecer a Carlomagno, San Luis, Francisco I, Enrique IV y Luis XIV. ¿Qué podría decir yo a mi vez, testigo ocular como soy de dos o tres mundos desaparecidos? Cuando se ha conocido como yo a Washington y a Bonaparte, ¿qué queda por ver detrás del arado del Cincinnatus americano y la tumba de Santa Helena? ¿Por qué he sobrevivido al siglo y a los hombres a los que yo pertenecía según las fechas de mi vida?”
Del bullicio del mundo y su nacimiento en una calle silenciosa a la tumba que las autoridades le permitieron en la isla del Grand Bé a la que sólo se puede acceder a pie con la marea baja. Chateaubriand pidió que en su losa sepulcral no hubiera nada escrito y que tan solo le acompañara el rumor del oleaje, todo lo demás le era indiferente. El silencio es obligado si se visita su tumba con vistas al mar, mejor no molestarle, el último hijo de su siglo duerme bajo la losa.
 

 

Tumba de Chateaubriand en la isla del Grand Bé



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