lunes, 17 de octubre de 2011

Historias truculentas de la historia de Francia: Los hermanos Aunay


Felipe el hermoso
La realeza nunca ha tenido el más mínimo problema en recurrir a las concubinas para asegurarse la descendencia. Si la reina no daba varones se la repudiaba y se ponía a otra en el trono, o directamente se tenían varias amantes hasta que una de ellas engendraba un heredero. Otra historia es si la alegría en el lecho conyugal la buscaba la reina por su cuenta sin recurrir al rey, tales actos traían inevitablemente nefastas consecuencias. Y si no que se lo pregunten a los hermanos Felipe y Gualterio d’Aunay que pagaron caros los buenos ratos pasados con las nueras del rey Felipe IV de Francia, más conocido como Felipe el hermoso; Al parecer llamarse Felipe era garantía de belleza visto como abundan en la historia.
Luis X, Felipe V y Carlos IV
Felipe IV tuvo siete hijos, pero solo cuatro llegaron a la edad adulta: Luis X, Felipe V, Carlos IV e Isabel apodada “la loba de Francia” con eso está dicho todo, la buena señora se merece una entrada en este blog para ella sola. Los tres hijos varones sucedieron a su padre uno tras otro en el trono y fueron por lo tanto reyes de Francia, pero antes de que llegara su momento, vivieron otro no de menor interés en el que se quitaron la corona para ponerse la cornamenta. Al parecer sus esposas reales, a la sazón: Blanca Margarita y Juana se acostaron con los caballeros Felipe y Gualterio d’Aunay, en realidad Juana sólo las encubrió y las que cometieron adulterio fueron Margarita y Blanca. Los hechos llegaron a oídos de Isabel, que era un mal bicho celoso a la que le faltó tiempo para ir con el cuento a su padre y hermanos. Los príncipes se lo tomaron muy mal y pidieron justicia inmediata. Los caballeros fueron apresados y tras una noche de tortura confesaron los hechos y probablemente también se inculparon de algún crimen que no habían cometido, ya que toda una noche de creativos tormentos medievales dan para reflexionar largamente. Al día siguiente el rey dictó justicia: Ante él comparecieron las princesas con la cabeza afeitada que fueron condenadas a prisión perpetua en la fortaleza de Gaillard. De allí saldrán con vida Blanca y Juana, la primera para acabar sus días en la abadía de Maubuisson y la otra, que no había sido repudiada por su marido, para ser reina de Francia al lado de Felipe V. Margarita no tuvo tanta suerte; la leyenda dice que Luis X la mandó estrangular con sus propios cabellos (o le crecieron lo suficiente o el bueno del rey lo guardo para tal fin (¿?).
Luis X, Felipe V y Carlos IV
Quienes no comparecieron a juicio, y tampoco creo que tuvieran mucha esperanza en la clemencia real, fueron los reos, que pasaron directamente de las mazmorras a una carreta que les condujo al alba del 25 de abril de 1314 hasta la plaza de Pontoise. Durante el camino hubo que sujetarles pues ya no se tenían en pie y supongo que en su ánimo estaría el deseo de que todo acabara pronto. En la plaza se había congregado una multitud que esperaba expectante ver dar suplicio a dos nobles. En aquella época en que la muerte estaba a la orden del día, solo una muerte especialmente violenta y de la que eran protagonistas dos personajes destacados, despertaba la curiosidad del vulgo.
Durante la noche habían levantado el patíbulo que se alzaba a dos metros del suelo. Sobre él descansaban dos ruedas colocadas horizontalmente y un tajo para decapitar, completaba el conjunto una horca. Los dos verdugos vestidos de rojo subieron al cadalso. El color rojo era obligado ya que la sangre brotaría por doquier. Llegó la carreta con los condenados escoltada por arqueros y los ayudantes de los verdugos subieron a los reos al patíbulo y los despojaron de sus ropas. Tras desnudarlos los tumbaron en las ruedas cara al cielo. En ese momento, cuando todo parecía dispuesto para empezar, los verdugos se detuvieron. El rey había dispuesto que las princesas contemplaran el suplicio y al instante hicieron su entrada en la plaza subidas en una carreta. Los verdugos se dispusieron a empezar. Alzaron sus mazas y descargaron terribles golpes sobre los brazos y piernas de los condenados para romperles todos los huesos. La maza retumbaba sobre las extremidades que crujían junto a la madera de las ruedas que tenían debajo al reventar los huesos.  A continuación con unos garfios los despellejaron vivos; grandes jirones de piel arrancados de los dos cuerpos hicieron brotar la sangre que salpico a diestro y siniestro. Si los hermanos Aunay aún sentían algo les quedaba todavía un rato de suplicio. Con unos enormes cuchillos de carnicero los verdugos les cortaron los testículos y los dieron de comer a los perros. Es fácil imaginar los gritos de la embrutecida multitud que veía el escarnio caer sobre alguien privilegiado. Probablemente más muertos que vivos, fueron arrastrados al tajo donde la espada brilló dos veces para cortar sus cabezas. Todo había acabado. Ya no sentían dolor cuando sus cuerpos fueron colgados de la horca por debajo de las axilas.

Las princesas, una vez acabado el suplicio, emprendieron el camino hacia el Château Gaillard. Probablemente en su cabeza revivían los momentos de placer vividos en la torre de Nesle. Sus amantes ya ni sufrían ni padecían, a ellas les esperaban largos años de reclusión y un destino incierto.

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